martes, 3 de junio de 2008

La triste mirada

Apareciste despacio, sigiloso, como cada noche. Te sentaste en el lugar de siempre, en la misma postura, con los mismos gestos.

Hablabas y escuchabas. Preguntabas y eras preguntado, contestabas, contabas que pensabas, que era de ti, que pasaba por tu cabecita loca.

Tu mirada era diferente. Baja, entristecida.
En tu cara se leía, sin mucha dificultad, la pena, el hastío, el cansancio. Inmediatamente un sentimiento de compasión inundó a toda la gente que estábamos a tu alrededor.

-Dinos: ¿Por qué estás tan triste?- Dijimos al unísono el coro que te rodeábamos. El silencio estuvo al otro lado por un momento. -Me da mucha pena, he llorado- arrancaste a decir al cabo del tiempo -ha sido como si hubiese muerto un familiar-.

Un halo de misterio envolvía la escena. Ninguno de nosotros pudimos imaginar qué clase de pensamiento desfilaba por su mente, insistentemente, machacándole desde dentro, poco a poco.

-Nosotros te queremos, nosotros te necesitamos- dijimos de nuevo, todos a la vez.

Él permaneció callado esta vez. La luz desapareció. Las miradas se perdieron en la oscuridad. Ya no podíamos adivinar cuales eran las miradas, las expresiones. El tiempo pareció extenderse sin control, el silencio inundó la sala y se hacía eterno.

De repente rompiste el silencio. -Buenas noches, tengo que irme- y te perdiste entre la oscuridad dejándonos con el misterio de la tristeza de tus ojos.

1 comentario:

NaT dijo...

Un relato intrigante, en el cual no me ha quedado muy claro si es que te sientes triste o se ha muerto el perro... no quisiera que fuera ni lo uno, ni lo otro.
Te amndo un beso alegre, por si acaso.

MUACKSSSSSS

 
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